LA LIMOSNA Y SU INCUMPLIMIENTO

¿Quieres saber, amigo mío, por qué hallas tantos pretextos para eximirte de la limosna?

¿Saben, hermanos míos, por qué nunca tenemos algo para dar a los pobres, y por qué nunca estamos satisfechos con lo que poseemos? No tienen con qué hacer limosna, pero bien tienen con qué comprar tierras; siempre están temiendo que la tierra les falte. ¡Ah! amigo mío, deja llegar el día en que tengas tres o cuatro pies de tierra sobre tu cabeza, entonces podrás quedar satisfecho. ¿No es verdad, padre de familia, que no tienes con qué dar limosna, pero lo posees abundante para comprar fincas? Di mejor, que poco te importa salvarte o condenarte, con tal de satisfacer tu avaricia. Te gusta aumentar tus caudales, porque los ricos son honrados y respetados, mientras que a los pobres se los desprecia. ¿No es verdad, madre de familia, que no tienes nada para dar a los pobres, pero es porque has de comprar objetos de vanidad para tus hijas, has de comprarles pañuelos con encajes, han de llevar bien adornado el cuello y el pecho, has de regalarles pendientes, cadenas, una gargantilla? “¡Ah!, me dirás, aunque les haga llevar todo esto, que es necesario, no pido nada a nadie; no puede Ud. enojarse por ello”. Madre de familia, yo te digo ahora esto porque viene a tono, para que en el día del Juicio tengas bien presente que te lo advertí: no pides nada a nadie, es verdad; mas debo decirte que no resultas menos culpable, tan culpable como si, yendo de camino, hallases a un pobre y le quitases el poco dinero que lleva. “¡Ah!, replicarás, si gasto este dinero para mis hijos, sé muy bien lo que me cuesta”. Mas yo te diré también, aunque no me hagas caso, que a los ojos de Dios eres culpable, y esto es suficiente para perderte.

Me preguntarás por qué razón. Amigo mío, porque tus bienes no son más que un depósito que Dios ha puesto en tus manos; fuera de lo necesario para tu sustento y el de tu familia, lo demás es de los pobres. ¡Cuántos hay que tienen atesorada gran cantidad de dinero, al paso que tantos pobres mueren de hambre! ¡Cuántos otros poseen gran abundancia de vestidos, mientras muchos pobres padecen frío ! ¿Es que, amigo mío, no estás en condiciones, no tienes con qué hacer limosna, puesto que sólo dispones de tu salario? Si quisieras, tendrías fácilmente algo que dar a los pobres; bien tienes para llevar tus hijas a la condenación, bien tienes con qué ir al café, a la taberna, al baile. Me dirás, empero: “Nosotros somos pobres; apenas tenemos lo necesario para vivir”. Amigo mío, si el día de la fiesta mayor no gastases tan superfluamente, algo te quedaría para los pobres. No ahondemos más, bastante clara está la verdad: no vamos a fastidiarlos con enumeraciones prolijas. Si los Santos hubiesen obrado como nosotros, tampoco habrían hallado con qué dar limosna; mas ellos sabían muy bien cuán necesaria les era para su santificación, y ahorraban cuanto les era posible a tal objeto, y así disponían siempre de algunas reservas. Por otra parte, la caridad no se practica sólo con el dinero. Pueden muy bien visitar a un enfermo, hacerle un rato de compañía, prestarle algún servicio, arreglarle la cama, prepararle los remedios, consolarlo en sus penas, leerle algún libro piadoso.

No obstante, en honor de la verdad, hay que reconocer que generalmente sienten inclinación a socorrer a los desgraciados, y se compadecen de sus miserias. Mas veo también cómo son contados los que dan la limosna en forma adecuada para hacerse acreedores a una espiritual recompensa, según van a ver: unos lo hacen a fin de ser tenidos por personas de bien; otros, por sentimentalismo, porque se sienten conmovidos ante las miserias ajenas; otros, para que se los aprecie, para que les digan que son buenos y sea alabada su manera de vivir; algunos, tal vez hasta para que les paguen con algún servicio, o en espera de algún favor. Pues bien, todos esos que, al dar limosnas, tienen únicamente tales miras, carecen de las cualidades necesarias para hacer que la caridad sea meritoria. Hay quienes tienen sus pobres predilectos a los cuales les darían cuanto poseen; mas para los otros muestran un corazón cruel. Portarse así no es más que obrar como los gentiles, los cuales, a pesar de todas sus buenas obras, no lograrán su salvación.



Mas, pensarán ustedes, ¿cómo debe hacerse la limosna para que sea meritoria? Atiendan bien, que en dos palabras voy a decírselos: en todo el bien que hacemos a nuestro prójimo, hemos de tener como objetivo el agradar a Dios y salvar nuestra alma. Cuando vuestras limosnas no vayan acompañadas de estas dos intenciones, la buena obra resultará perdida para el cielo. Esta es la causa por la que serán tan escasas las buenas obras que nos acompañen en el tribunal de Dios, pues las realizamos de una manera muy humana. Nos complace que se nos agradezcan, que se hable de ellas, que se nos devuelvan con algún favor, y hasta nos gusta hablar de nuestras buenas acciones para manifestar que somos caritativos. Tenemos nuestras preferencias; a unos les damos sin medida, mas a otros nos negamos a darles nada, antes bien los despreciamos.



Cuando no queramos o no podamos socorrer a los indigentes, cuidémonos de no despreciarlos, pues es al mismo Jesucristo a quien despreciamos. Lo poco que demos, démoslo de corazón, con la mira de agradar a Dios y satisfacer por nuestros pecados. El que tiene verdadera caridad no guarda preferencias de ninguna clase, lo mismo favorece a sus amigos que a sus enemigos, con igual diligencia y alegría da a unos que a otros. Si alguna preferencia hubiésemos de tener, sería para con los que nos han dado algún disgusto. Esto es lo que hacía San Francisco de Sales. Algunos, cuando han favorecido a alguien, si los favorecidos les causan después algún disgusto, enseguida les echan en cara los servicios que les prestaron. Con esto se engañan, ya que así pierden toda recompensa. ¿No saben que aquella persona les ha implorado caridad en nombre de Jesucristo, y que ustedes la han socorrido para agradar a Dios y satisfacer por sus pecados ?

El pobre no es más que un instrumento del cual Dios se sirve para impulsarlos a obrar bien

Vean todavía otro lazo que el demonio les tenderá con frecuencia, y con el cual sorprende a muchas almas: consiste en representar nuestras buenas acciones ante nuestra mente, para que nos gocemos en ellas, y así, de este modo, hacernos perder la recompensa a que nos hicimos acreedores. Así pues, cuando el demonio nos pone delante tales consideraciones, hemos de apartarlas presto, como un mal pensamiento

Conclusión. ¿Qué debemos sacar de todo esto? Que la limosna es de gran mérito a los ojos de Dios, y tan poderosa para atraer sobre nosotros sus misericordias, que parece como si asegurase nuestra salvación. Mientras estamos en este mundo, es preciso hacer cuantas limosnas podamos; siempre seremos bastante ricos, si tenemos la dicha de agradar a Dios y salvar nuestra alma; mas es necesario hacer la limosna con la más pura intención, esto es: todo por Dios, nada por el mundo. ¡Cuán felices seríamos si todas las limosnas que hayamos hecho durante nuestra vida nos acompañasen delante del tribunal de Dios para ayudarnos a ganar el cielo! Ésta es la dicha que os deseo

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