..."Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitaran todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. El hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos. Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su santa alianza según lo había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y su descendencia por siempre"... Lucas 1, 46-55.
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..."Se ha dicho que su brillo eclipsa el de todos los santos,
así como el sol, al aparecer la aurora, hace desaparecer las estrellas.
¡Dios mío, cuán extraño es esto! ¡Una Madre que ofusca la gloria de sus hijos!
Yo pienso todo lo contrario; creo que aumentará,
pero en mucho, el esplendor de los escogidos...
¡La Virgen María! ¡Cuán sencilla me parece debió ser su vida"...
Santa Teresita del Niño Jesús.
¿Por qué mayo es el mes de la Virgen María?
Mayo: Mes de María La Iglesia otorga este mes a María para conocerla y amarla más
Breves reflexiones para cada día del mes de Mayo, el mes de la Virgen María
Catequesis sobre la Santísima Virgen María S.S. Juan Pablo II
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Comentario
DÍA TREINTA
El Cielo
CONSIDERACIÓN. – Somos, aquí abajo, nada más que pobres desterrados; gemimos, sufrimos en este valle de lágrimas; nuestra verdadera patria es el Cielo donde gozaremos de la presencia de Dios y de una felicidad tal, que nuestras débiles inteligencias no pueden alcanzar a comprender.
El apóstol San Pablo, que fue arrebatado al tercer cielo, confiesa su imposibilidad de contarnos las maravillas de las que ha sido, por un instante, feliz testigo. “Los ojos no han visto, el oído no ha escuchado y el corazón del hombre no sabría comprender lo que Dios reserva a aquellos que ama”.
A medida que avanzamos en edad, el vacío se va haciendo a nuestro alrededor; perdemos a los seres queridos y dejándonos Dios mucho tiempo sobre la tierra, la tristeza, consecuencia inevitable de las crueles separaciones, invadirá nuestra alma.
Tendremos sed de reposo, de calma, de consuelo y de luz.
¡Paciencia! Llegará el momento en que un día nuevo se levantará sobre nosotros; las puertas de la Jerusalén celeste se abrirán y contemplaremos a nuestro Dios cara a cara. Veremos también a María, nuestra Madre bienamada.
Para nosotros, sus hijos, ¡qué felicidad, qué gloria, rodear su trono, cantar sus alabanzas, contemplar sus rasgos, oír su voz!
Después, en el Cielo, volveremos a ver a nuestros padres, a nuestros amigos que nos han precedido en la Patria y esta beatitud no dejará lugar a ningún deseo; tan completa será. Nadie podrá arrebatárnosla; los días sucederán a los días, los años a los años, los siglos a los siglos y la eternidad no hará más que comenzar.
EJEMPLOS. – San Agustín había hablado tan frecuentemente a su pueblo de Hipona del reino de los cielos, que habiéndosele dicho, a este pueblo: “Supongamos que Dios os prometiera vivir cien años, mil años aun, en la abundancia de todos los bienes de la tierra, mas a condición de no reinar jamás con Él”... un grito se elevó en toda la asamblea: ¡que todo perezca y nos quede Dios!
Tales son los sentimientos que deberían animar a todos los cristianos y nosotros los encontramos en el alma simple y recta de un pobre obrero que hemos conocido: Esteban Carrete perdió a su esposa cuando sus hijos se hallaban en la primera infancia. Después de largos años de penosa labor para educar a su numerosa familia, llegó a una extrema vejez sin ningún recurso. No podía trabajar más y sus hijos no lo ayudaban sino en forma insuficiente.
Casi continuamente enfermo, solo, abandonado, parecía no obstante, verdaderamente feliz, sus rasgos denotaban calma, alegría y cuando le preguntaban qué necesitaba, respondía invariablemente:
“Aquí abajo, nada, pues no deseo más que el Cielo”. Y ese hombre sin instrucción hablaba entonces de la felicidad que le esperaba después de su muerte, con un ardor, una fe y, ¿por qué no decirlo? , con una elocuencia que sorprendía a las personas que lo visitaban.
“El Cielo, decía, es la patria, el gozo de Dios, es allí donde reinaremos durante la eternidad. Yo, tan pequeño, tan pobre, tan desconocido, entraré pronto en posesión de esa felicidad, de esa gloria de la cual no podemos siquiera formarnos una idea”.
“¡Oh, cómo Dios es bueno, repetía frecuentemente, de haber preparado tan magnífica recompensa a los elegidos!”
PLEGARIA DEL BIENAVENTURADO LUIS DE GRANADA. – Os suplicamos, ¡oh Madre nuestra! tomarnos bajo vuestra protección y defender nuestra causa ante el tribunal de vuestro Hijo bien amado, a fin de que cuando Él juzgue a los vivos y a los muertos, seamos libertados por vuestra intercesión, de la muerte eterna y colocados a su diestra, en compañía de aquellos que deben reinar con Él por los siglos de los siglos. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Me consolaré de las penas y tristezas de esta vida, con el pensamiento del Cielo.
JACULATORIA. – María, Puerta del Cielo, rogad por nosotros.
DÍA VEINTINUEVE
La muerte
CONSIDERACIÓN. – Jesús es el autor de la vida y por redimir nuestras faltas, por resucitarnos a la gracia que habíamos perdido por le pecado, ha querido pasar por la muerte y por el sepulcro.
La Santísima Virgen, su Madre, ha seguido también la ley común y para cada uno de nosotros llegará el momento en que Dios permitirá a la muerte llamarnos; no obstante, no pensamos en ello. “Insensato, nos dice el autor de La Imitación, ¿por qué pensar vivir mucho, cuando no tenéis ni un día seguro? ¡Cuántos han sido equivocados y súbitamente arrancados de la vida! ¡Cuántas veces habéis oído decir: Este hombre ha sido muerto con una espada; ese otro, se ha ahogado; aquél se ha roto la cabeza cayéndose; aquel otro, murió comiendo; otro, jugando; tal, ha perecido por el fuego; tal, por un arma; uno, por la peste; otro, en manos de ladrones! El fin de todos es la muerte y la vida del hombre pasa tan rápida como una sombra”.
La muerte es el castigo del pecado; pero, para el cristiano que ha vivido bien, es el comienzo de la vida. Todos nuestros esfuerzos deben, pues, tender a prepararnos para ese paso del tiempo a la eternidad. Debemos siempre estar dispuestos, porque ignoramos el momento en que Dios nos llamará a su juicio; si lo hemos amado y servido ¿qué podemos temer de Él?
El más hermoso día de la vida de la Santísima Virgen fue el de su muerte, porque la reunió con su Hijo para la eternidad y los santos suspiraban por ese trance, que llamaban su liberación.
EJEMPLO. – Como le preguntaran un día, a un santo, cuál era el mejor medio de preparación para la muerte, él respondió: “Pensad cada mañana, que es ese vuestro último día y cada noche, que podéis morir antes de que ésta termine; vos no pecaréis jamás”.
Así, debemos prepararnos a morir cristianamente y no ser sorprendidos por el llamado de Dios.
Los últimos momentos de los que han servido al Señor, no tienen, por lo demás, nada de espantoso.
Suárez, religioso de la Compañía de Jesús, decía, cuando estaba por expirar: “No sabía que fuera tan dulce, morir”.
Pudiéramos nosotros, en esta hora suprema, exclamar como San Luis muriendo: “Señor, entraré en vuestra casa. os adoraré en vuestro templo, glorificaré vuestro santo nombre”.
PLEGARIA DE SAN BUENAVENTURA. – Virgen santa, cuando mi alma salga de mi cuerpo, dignaos venir a su encuentro para recibirla, os lo suplico por la gloria de vuestro santo Nombre ¡oh María! no le rehuséis entonces la gracia de sostenerla con vuestra dulce presencia; sed su escala y su vía para subir al Cielo. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Ejecutaré cada una de mis acciones, como si debiera morir al punto.
JACULATORIA. - ¡Oh María! protectora de la buena muerte, rogad por nosotros.
DÍA VEINTIOCHO
Perdón de las injurias
CONSIDERACIÓN. – Nuestro Señor Jesucristo iba a morir en la cruz, sufría horribles torturas; sus manos y pies se hallaban perforados por los clavos de la crucifixión; veía a María, su santa Madre, en pie, ante la cruz, sumergida en el más profundo dolor; sus enemigos le injuriaban y se regocijaban de su suplicio. Acaba de prometer el Paraíso al buen Ladrón, escuchémosle ahora dirigir al Cielo sus más ardientes súplicas: “Padre mío, perdónalos, exclama, porque no saben lo que hacen”. ¡Qué lección para nosotros que somos sus discípulos y sus hijos! Encontramos en el curso de nuestra vida, a personas que no nos quieren, que nos desean el mal y que nos lo hacen realmente; la naturaleza sufrirá, el pensamiento de vengarnos por nuestros actos o palabras nos vendrá, puede ser, a la mente; pero, somos cristianos y debemos perdonar, más aun, amar a nuestros enemigos. Volvamos los ojos al crucifijo: Jesús es nuestro modelo. Él ha hecho más que perdonar a sus enemigos, ha rogado por ellos y María ha llevado su heroísmo hasta perdonar, Ella también, a los verdugos de su divino Hijo.
EJEMPLO. – Un pobre negro, que había abrazado el cristianismo, ganó por comportamiento, la gracia y confianza de su amo.
Un día que éste deseaba comprar una veintena de esclavos, se dirigió al mercado con su fiel Tom y le ordenó elegir buenos obreros. Con gran sorpresa del plantador, Tom le presentó un anciano inútil, que el amo no aceptó sino de obsequio. Cuando llegaron a las plantaciones, el buen negro no cesó de prodigar al anciano los más tiernos cuidados. Lo alojó en su cabaña y lo hizo comer con él. Si tenía frío, Tom lo conducía al sol, si se quejaba del calor, lo hacía sentar a la sombra de los cocoteros. Sorprendido de este apego, el amo deseó conocer la causa.
-¿Es tu padre?, le preguntó.
-No, amo; no es mi padre.
-¿Es algún hermano mayor que tú?
-No, no es un hermano mío.
¿Es algún tío u otro de tus parientes? porque no es posible que cobres tan gran amistad hacia un hombre completamente extraño.
-No, mi amo; no es pariente mío ni siquiera amigo.
-Explícame, pues, por qué le prodigas tantas consideraciones.
-¡Es mi enemigo!, respondió el esclavo; él me ha vendido a los blancos en las costas de África, pero no puedo odiarlo, porque el Padre misionero me ha dicho: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber”.
PLEGARIA DE SAN BUENAVENTURA. – Nosotros dirigimos hacia Vos, oh María, suspiros llenos de fervor y Os suplicamos con tierno amor: destruid todo el mal que nuestros pensamientos perversos hayan podido producir. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Perdonaré gustoso a los que me han perjudicado y les prestaré servicios cuando llegare la ocasión.
JACULATORIA. – María, Trono de Sabiduría, rogad por nosotros.
DÍA VEINTISIETE
Reforma de sí mismo
CONSIDERACIÓN. – La Santísima Virgen hacía cada día, grandes progresos en su virtud, de suerte que, cuando llegó al término de su existencia aquí abajo, era rica en méritos para el cielo.
Así debemos nosotros proceder.
Todos tenemos defectos que corregir, venimos al mundo con malas inclinaciones consecuencias del pecado original.
Alguno, es naturalmente vivo y colérico; otro, inclinado al descuido y pereza; aquél, se somete difícilmente a sus superiores; aquel otro, se siente inclinado a la malevolencia y envidia. Es necesario combatir resueltamente estos defectos y esforzarnos en reemplazar cada uno de ellos por la virtud opuesta. Hay algunos que se asustan, viéndose malos y que dicen: “Jamás podré corregirme y hacerme bueno”. Esto es un error enojoso, puesto que no estamos abandonados a nosotros mismos; Dios nos ha prometido su gracia para ayudarnos a conseguir nuestra salvación. Su gracia es todopoderosa y con su auxilio, los santos han llegado a tan grande perfección; ellos no valían más que nosotros, tenían sus defectos y a fuerza de luchar contra ellos mismos, se han hecho imitadores de Nuestro Señor Jesucristo.
EJEMPLO. – San Francisco de Sales, por naturaleza violento e irritable, llegó, a fuerza de combates, de esfuerzos perseverantes, a una dulzura inalterable. Sentía algunas veces las primeras efervescencias de la cólera, pero ni el menor signo aparecía al exterior. A las palabras desagradables, hasta injuriosas, que se le dirigían, respondía con caridad y afabilidad, dándonos así un gran ejemplo de lo que puede una voluntad enérgica, ayudada por la gracia todopoderosa del Señor.
PLEGARIA DE SAN EPIFANIO. – Socorredme, oh Madre de Dios, oh Madre de Misericordia, durante el curso de mi vida, alejad de mí los ataques de mis enemigos; en el momento de mi muerte, ponedme en el número de los santos y hacedme entrar en la gloria de vuestro Hijo. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Combatiré el defecto por el cual estoy más dominado.
JACULATORIA. – Madre amable, rogad por nosotros.
CONSIDERACIÓN. – Dios nos ha ordenado consagrarle un día de cada semana y entregarnos al reposo, en memoria de Aquél que ha querido tomarlo, después de haber cumplido la obra de la Creación.
La Escritura Santa nos habla de la severidad con la cual los judíos guardaban el sábado, equivalente a nuestro domingo.
La Sagrada Familia fue en esto también un modelo de perfección cumplida.
¡Ay! en nuestra época, esta ley tan sabia, que tiene por objeto no solamente hacernos glorificar a Dios, sino también obligarnos a tomar un reposo necesario al cuerpo después de seis días de trabajo, es a menudo violada, aún entre los cristianos.
Si nos abstenemos de trabajar ¿hacemos del verdaderamente del domingo un día de plegarias? ¿Asistimos siempre a Misa o a los oficios religiosos?
Sin duda, Dios nos permite algunas honestas diversiones, pero a condición de que no se vuelvan las únicas ocupaciones de un día que es el suyo: Nos quejamos durante la semana de no tener tiempo para pensar en las cosas de Dios, salvo para cumplir los actos de la mañana, oraciones de la noche, etc. Que al menos el domingo sea empleado en una sola ocupación: la ocupación esencial para nosotros: la de nuestra salvación.
EJEMPLO. – Diocleciano había prohibido a los cristianos, bajo pena de muerte, asistir los domingos a los oficios divinos. No obstante, San Saturnino, Santa Victoria y muchos otros santos de África, no se dejaron atemorizar con estas amenazas.
Cuando se apoderaron de sus personas, los torturaron, los desgarraron, pero en medio de estos suplicios declararon con firmeza que la asistencia a los oficios del domingo era un deber indispensable y que quien lo descuidase, se hacía culpable de un crimen enorme.
En cuanto a nosotros, hagamos lo posible por cumplirlos. Jamás faltemos a las asambleas religiosas. Seamos fieles al precepto divino. ¡Deba nuestra fidelidad costarnos la vida!
Estos santos murieron en prisión, de las heridas recibidas, el año 304.
PLEGARIA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO. - ¡Oh Bienaventurada y dulcísima Virgen María, Madre de Dios, Reina de los Ángeles, he aquí que yo me acojo en el seno de vuestra bondad, recomendándoos este día y todos los días de mi vida, mi cuerpo, mi alma, todas mis acciones, mis pensamientos, mis deseos, toda mi vida y el fin de mis días, a fin de que, por vuestra intercesión, ellos tiendan todos al bien, según la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Santificaré el domingo asistiendo a los oficios y jamás bajo ningún pretexto me entregaré al trabajo.
JACULATORIA. – Oh María, vaso insigne de devoción, rogad por nosotros.
DÍA VEINTICINCO
La Iglesia
CONSIDERACIÓN. – Nuestro Señor ha descendido a la tierra no solamente para salvar a la humanidad con sus sufrimientos y muerte, sino también para fundar la Iglesia, esa sociedad de fieles que hacen profesión de una misma fe. Dio las direcciones a San Pedro, a los apóstoles y a sus sucesores.
Nosotros tenemos la felicidad de haber nacido en su seno. Nuestros sacerdotes, nuestros Obispos y nuestro muy Santo Padre el Papa, son, aquí abajo, los representantes de Jesús y los continuadores de su obra. Nosotros les debemos un gran respeto y una entera sumisión.
La Iglesia es una familia de la cual Jesús es el jefe y nosotros los miembros. El verdadero cristiano ama a la Iglesia; su corazón se entristece cuando es perseguida por los malvados y sus sacerdotes calumniados.
El cristiano sabe que el Sacerdote es amigo del desgraciado, socorro del pecador y lo rodea de toda clase de respetos.
La Santísima Virgen amaba a la Iglesia. En los años que siguieron a la Ascensión de su Divino Hijo, San Pedro y los otros apóstoles, continuamente le pedían consejos y solicitaban sus plegarias. Pidámosle que sea siempre la protectora de los cristianos y obtenga de su Divino Hijo, el triunfo de la Iglesia.
EJEMPLOS. – Sobre todo en las épocas en que la Iglesia es perseguida, la fe de los fieles y su consagración, deben manifestarse por sus obras.
En los primeros siglos del cristianismo vemos a hombres venerables como Pudente, príncipe del senado romano; a mujeres de alta posición como Priscila, su esposa, emplear su oro y su celo en la propagación de la fe.
Cuando fueron muertos, dos jóvenes, sus hijas, las jóvenes Pudenciana y Práxedes, vendieron sus villas y pusieron el importe con todos sus demás bienes a la disposición de San Pedro, para la propagación de la fe, alivio de los pobres y servicio de la Iglesia, mientras que ellas se retiraban a una humilde buhardilla, para llevar una vida toda de caridad y plegarias.
Así, en nuestro siglo mismo hemos visto a valerosos jóvenes, dejar, al primer llamado, a sus familias y sus países para ir a derramar su sangre por la defensa de la Iglesia, alentados en este supremo sacrificio, por madres verdaderamente cristianas. Una de ellas, al enterarse de la pérdida de su hijo único, muerto en Monte Libretti, llevó su heroísmo al punto de lamentar no tener un segundo hijo que pudiera reemplazar, en el ejército de la Santa Sede, a aquel que acababa de perecer gloriosamente.
Citamos aún la consagración de esa pobre sirvienta, quien, llevando a un ministro del Señor sus ganancias de un año, para ser enviadas al Santo Padre, despojado por los enemigos de la Iglesia, dijo simplemente:
-¿Los hijos no deben, acaso, ayudar a su Padre?
PLEGARIA DE SAN GERMÁN. – Acordaos de vuestros servidores, Virgen santa, inspirad sus plegarias, conservadles la fe, llamad los pueblos a la unidad de la Iglesia; haced que reine la paz en el mundo, libradnos de los peligros que nos rodean y obtenednos un día la recompensa eterna. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Rezaré cada día por el triunfo de la Iglesia.
JACULATORIA. – María, Torre de David, rogad por nosotros.
DÍA VEINTICUATRO
La Santa Comunión
CONSIDERACIÓN. – Si el cuerpo humano necesita, para sostenerse, alimentos materiales, es necesario también al alma, un alimento que la conserve y le dé fuerzas.
Nuestro divino Maestro no se ha limitado a habitar en medio de nosotros en el Santísimo Sacramento del altar; ha dicho a sus Apóstoles que era el Pan de vida bajado del Cielo y que aquél que lo comiere viviría eternamente. Y sin embargo, un gran número de cristianos se mantienen alejados de la santa Mesa no acercándose más que cuando los preceptos de la Iglesia los obligan bajo pena de pecado. Aquel que se privara durante largas horas de tomar alimento, caería desfallecido y terminaría por morir; del mismo modo, el alma que no se fortifica por la recepción de la Santa Comunión, queda sin energía frente a la tentación y a la prueba y cae en las faltas más graves.
Los discípulos del Salvador, en los primeros tiempos de la Iglesia, cuando la persecución reinaba con furor, salvaban todos los obstáculos para llegar a recibir el Pan de los Fuertes.
Así se volvían invencibles y sabían aceptar la muerte antes que renegar su fe.
¡Cuál no sería el gozo de María, cuando, después de la Ascensión del Salvador, San Juan depositaba cada día sobre sus labios la Hostia santa! ¡Pudiéramos imitarla y por la santidad de nuestra vida, hacernos dignos de aproximarnos frecuentemente, al sacramento de la Eucaristía!
EJEMPLO. – Cuando San Francisco de Sales hacía sus estudios, se confesaba y comulgaba cada ocho días, y cuando se le preguntaba por qué: “Es, decía, por la misma razón que me hace hablar frecuentemente a mi profesor. Nuestro Señor ¿no es acaso mi Maestro en la ciencia de los santos? Acudo seguido a Él, a fin de que me enseñe, porque no e preocuparía medianamente de ser sabio, si no me volviera santo”.
Más tarde, el santo Obispo de Ginebra escribía: “Por una experiencia de veintitrés años consagrados al ministerio de las almas, puedo comprender la eficacia del sacramento de la Eucaristía: Fortifica el alma para el bien, le inspira el alejamiento del mal, la consuela, la eleva, en una palabra, la deifica, por así decirlo, con la condición de que se lo reciba con fe viva y corazón recogido.
PLEGARIA DE SAN BERNARDO. - ¡Oh María! ¡Que podamos nosotros por vuestra gracia, acercarnos a vuestro divino Hijo! Pueda Él, que se ha dado a nosotros por Vos, recibirnos también por Vos. Sois nuestra Reina y Mediadora, recomendadnos pues y presentadnos a Él. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Pondré todo cuidado en prepararme para la comunión y rogaré a María, me comunique sus disposiciones.
JACULATORIA. – María, Casa de Oro, rogad por nosotros.
DÍA VEINTITRÉS
Jesús entre nosotros
CONSIDERACIÓN. – La Santísima Virgen tenía la felicidad de vivir aquí abajo, en la dulce sociedad de Jesús, y se consideraba bien feliz de poder recoger cada una de sus palabras.
Si no nos es dado verlo, como Ella, con los ojos del cuerpo, la fe nos muestra al divino Maestro viviendo y habitando en medio de nosotros; pues, como Él ha dicho a sus apóstoles, no nos ha dejado, absolutamente, huérfanos, al ascender a los cielos, sino que ha quedado entre los hombres, escondiéndose bajo los velos eucarísticos. Él reside, no sólo en las magníficas catedrales del mundo católico, sino hasta en las más pobres iglesias de nuestras aldeas. El tabernáculo es la humilde morada que ha escogido aquí abajo. Día y noche está pronto a oír, a escuchar nuestras súplicas y nosotros pensamos apenas acercarnos a adorarle y exponerle nuestros pedidos y necesidades.
Encontraríamos junto a Jesús tan bueno y tan poderoso, la fuerza para soportar las pruebas de la vida, el ánimo para triunfar de nuestras pasiones y tentaciones diarias.
Vayamos, pues, seguido al pie del altar. Nuestro Maestro es el mejor y el más tierno de los amigos. Él quiere que le hablemos con una confianza verdaderamente filial.
Jamás rechaza a sus hijos, aun cuando éstos sean culpables, y no pide más que una cosa: que se conviertan y vuelvan a Él.
EJEMPLO. – El santo cura de Ars, gustaba contar el buen ejemplo que daba un paisano, quien, dejando a las puertas de la iglesia sus instrumentos de trabajo, a la tarde, al volver del campo, pasaba largas horas en presencia del Tabernáculo.
-¿Qué dices al Señor en todo ese tiempo? -le preguntó un día.
-No le digo nada, respondió el paisano, yo lo veo y Él me ve.
Bella y sublime respuesta, aun más tocante en el lenguaje de ese simple cristiano.
¡Yo lo advierto y Él me advierte!
Había, añade el señor abate de Vianney, en la mirada que iba y venía del corazón del servidor al Corazón del Maestro, un cambio de inefables sentimientos. Ver a Dios y ser visto por Él, es ya la eternidad, es la corona, es la patria!...
PLEGARIA DE SAN BUENAVENTURA. - ¡Oh María! Virgen de una dulzura inalterable, más dulce que la miel y que la luz más suave, paloma purísima, jamás un mínimo de hiel hubo en vuestro corazón. Madre de benignidad, rechazad lejos de nosotros, os lo suplicamos, todo aquello que pueda imprimir una mancha en nuestra conciencia.
RESOLUCIÓN. – Recurriré a Dios en las dificultades que encontrare.
JACULATORIA. – Madre amable, rogad por nosotros.
DÍA VEINTIDÓS
Reconocimiento a Dios
CONSIDERACIÓN. – Los días tristes y penosos son, sin duda, los más numerosos en la vida del hombre; sin embargo, Dios le dispensa algunos consuelos y alegrías, en medio de sus penas.
Preguntémonos, si tenemos, por los bienes que nos da, un reconocimiento suficiente.
Vamos a Él con fervor, cuando somos desgraciados, cuando la muerte amenaza a alguien que amamos, pero si oye nuestra súplica, ¿la acción de gracias se eleva en seguida de nuestro corazón? En una palabra, ¿somos agradecidos?
La Santísima Virgen es aquí otra vez nuestro modelo y la Escritura santa nos ha conservado el sublime canto del Magníficat, que nosotros todos, que somos sus hijos, debemos gustar repetir después de Ella.
¡Oh! ¡sí! ¡que nuestra alma glorifique al Señor puesto que su misericordia hacia nosotros ha sido grande!
¡Que la expresión de nuestra gratitud sea como el arranque de un corazón que se eleva sobre las cosas pasajeras no mirándolas sino con los ojos de la fe!
EJEMPLO. – Se cuenta que los japoneses, cuando se les instruía con el Evangelio, de las grandezas, hermosuras, amabilidades infinitas de Dios, sobre todo cuando se les enseñaba los grandes misterios de la religión, todo lo que ha hecho Dios por los hombres; un Dios naciendo, sufriendo, muriendo por salvarlos: ¡Oh! ¡qué grande es! exclamaban en sus dulces transportes, ¡es bueno y amable el Dios de los cristianos! Cuando, en seguida, se les añadía que había un mandamiento especial de amar a Dios y amenazas si no se le ama, se sorprendían y no podían volver de su asombro. ¡Y qué! decían ¡que! A hombres razonables ¿un precepto de amar a Dios que nos ha amado tanto y a quien debemos todo? ¿Y no es, acaso, la más grande felicidad amarlo y la peor desgracia no amarlo? Pero cuando llegaban a saber que había cristianos que no sólo no amaban a Dios sino que lo ofendían y ultrajaban, exclamaban con indignación: ¡Oh pueblo injusto, oh corazones ingratos, bárbaros! ¿Es posible que los cristianos sean capaces de estos horrores? ¿Y en qué tierra maldita habitan esos hombres sin corazón y sin sentimientos?
Merecemos mucho estos justos reproches y un día, esos pueblos alejados de nosotros, esas naciones extranjeras, llamadas en testimonio contra nosotros, nos acusarán y condenarán delante de Dios.
PLEGARIA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO. - Haced, oh Reina del Cielo, que yo lleve siempre en el alma el temor y el amor de vuestro dulce Hijo y que le rinda sin cesar, fervientes acciones de gracias por los grandes beneficios que me han sido acordados, no por mis méritos sino por su bondad infinita. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Cada noche, agradeceré a Dios los beneficios recibidos durante el día; si Él me ha enviado alguna pena, la aceptaré con resignación.
JACULATORIA. – María, Espejo de Justicia, rogad por nosotros.
DÍA VEINTIUNO
De la expiación
CONSIDERACIÓN. – El sacramento de la penitencia, borra nuestros pecados, pero no nos perdona enteramente la falta en que hemos incurrido al cometerlos. La penitencia que el sacerdote nos impone, no nos hace cumplir sino una débil parte de nuestra deuda hacia la justicia divina. Es necesario que expiemos nuestras iniquidades. Nuestra vida no es más que una sucesión de penas de todo género.
Unas veces, el sufrimiento físico nos oprime y quiebra; otras, el dolor nos hiere en lo que más amamos.
Toda nuestra existencia, puede compararse a una penosa y peligrosa travesía sobre un mar agitado.
Tenemos también, además de esos grandes dolores, el soportar con paciencia las penas y fatigas cotidianas; ese trabajo que a veces nos pesa y nos cuesta; esos fastidios, esas contrariedades, esas decepciones que no podemos evitar.
Para el alma que no sabe elevarse hacia Dios, todo esto, está perdido; no recoge ningún fruto y no sufre menos. No seamos tan insensatos para proceder en esta forma. Consideremos a la Santísima Virgen: Ella no había pecado absolutamente y sin embargo, su vida transcurrió en el sufrimiento y la prueba. Siempre se mostró dulce y resignada, aceptando la voluntad de Dios, sin reproche.
A ejemplo de nuestra Madre del Cielo, sirvámonos de lo que es penoso a nuestra naturaleza, para adquirir una felicidad que nos hará pronto olvidar nuestras penas y que durará eternamente.
EJEMPLO. – Santa Margarita, reina de Escocia, era todavía muy niña, cuando su hermana mayor le explicó que el crucifijo es la imagen de Jesús, muerto por los hombres, en medio de los suplicios de la cruz.
La niña, emocionada por estas palabras, exclamó en un santo transporte: “Mi adorable Salvador, desde este momento, yo deseo perteneceros, toda entera”.
En efecto, la meditación de los sufrimientos de Jesús fue, en adelante, la única ocupación de su corazón, el alimento y sostén de su piedad que iba siempre aumentando. De Jesús crucificado sacó esa paciencia y dulzura que ganaron el corazón del rey Malcolm, su esposo. Naturalmente irascible y colérico, este príncipe se volvió afable y virtuoso, gracias a la feliz influencia de Margarita.
La santa reina de Escocia consagró su vida entera a obras de misericordia. Estaba ya próxima a entregar su alma a Dios, cuando le llevaron la noticia de la muerte del rey, ocurrida en la guerra. Besó entonces el crucifijo que tenía en sus manos y aceptando esa dura prueba con admirable resignación, la ofreció al Señor en expiación de sus faltas; después se durmió en el Señor, con la calma y la paz que da la conformidad a la voluntad de Dios.
PLEGARIA DE SAN BUENAVENTURA. - ¡Oh mi Soberana, que habéis recibido tan crueles heridas sobre el Calvario! herid nuestros corazones, renovad en nosotros vuestra dolorosa pasión y la de vuestro divino Hijo, unid nuestros corazones a vuestro Corazón herido, a fin de que participen de las mismas heridas. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Ofreceré al buen Dios los sufrimientos y molestias de cada día, en expiación de mis faltas.
JACULATORIA. – María, salud de los enfermos, rogad por nosotros.
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…“Por fin he encontrado mi vocación, MI VOCACIÓN ES EL AMOR”… Santa Teresita del Niño Jesús
¡Corazón de Jesús, tesoro de ternura, tú eres mi dicha,
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Santa Teresa de Lisieux.
NOVENA 24 GLORIAS EN HONOR A SANTA TERESITA.pdf
NOVENA MEDITADA A SANTA TERESITA.pdf
TRIDUO EN HONOR A SANTA TERESITA.pdf
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SANTOS LUIS Y CELIA, RUEGUEN E INTERCEDAN POR NOSOTROS Y POR NUESTRAS FAMILIAS.
..."Los santos esposos Luis Martin y María Azelia Guérin vivieron el servicio cristiano en la familia, construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor; y en este clima brotaron las vocaciones de las hijas, entre ellas Santa Teresa del Niño Jesús"... Papa Francisco.
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