DÍA SEXTO (12/NOV)
¿Cómo debemos servir a Dios?
CONSIDERACIÓN. – Dios es nuestro Rey, nosotros somos sus súbditos: Él es nuestro amo, decíamos ayer y nosotros sus servidores. No basta reconocerlo, es necesario probar cómo nos estimamos felices de estar bajo su imperio y dominación. Él podría exigir de nosotros grandes servicios, austeras penitencias, vivos sufrimientos, nuestra vida misma, como lo ha hecho con los mártires. Se muestra con nosotros menos riguroso; lo que quiere, es que cumplamos por Él, todos los actos comunes que llenan cada uno de nuestros días, que nos santifiquemos por el cumplimiento de los deberes de nuestro estado.
Ofrecerlo todo, aceptar todo de su mano, no buscar nada más que su voluntad, que su buen placer; ésta es la ruta que debe seguir el cristiano, imitando así los ejemplos admirables de nuestra Madre del Cielo, quien ha rogado, trabajado, conversado con sus semejantes, reparado sus fuerzas, tomando alimentos y reposo, pero estos actos tan comunes y ordinarios, Ella los ha elevado y hecho nobles, cumpliéndolos siempre para agradar al Señor.
EJEMPLO. – Veamos, cómo la piadosa Armelia Nicolás, tenía continuamente a Dios en su mente: “Desde la mañana a la noche, dice, no tenía otro objeto más que su pensamiento.
“Desde mi despertar, me arrojaba en brazos del Salvador, como un niño en los de su padre, me levantaba para servirle y trabajar, según su agrado. A menudo no tenía tiempo para recitar una corta oración, en todo el día, pero mi corazón se hallaba satisfecho de trabajar para Dios como cuando oraba, porque había aprendido que todo lo que se hace por su amor, es una verdadera oración.
Vistiéndome, pensaba estar siempre en su adorable presencia y me gustaba considerar que era su amor quien me proveía de qué vestirme.
Tomando alimentos, me parecía que cada trozo me era presentado por su Divina Providencia y que Él mismo cuidaba de alimentarme.
Cuando los hombres me perseguían con sus palabras y malos tratamientos y el demonio con sus tentaciones y vanos artificios, me dirigía en seguida a Dios que no dejaba de consolarme nunca”.
PLEGARIA DE SAN BERNARDO. - ¡Oh María! Con justicia todas las criaturas os invocan, porque en Vos y para Vos, la mano del Todopoderoso, ha como creado de nuevo lo que se había creado. Recibid, pues, lo poco que yo tengo para ofrecer a Dios. Ofreceos Vos misma, a fin de que no sea rehusado. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Me esforzaré en cumplir cada una de mis acciones, de modo de agradar a Dios.
JACULATORIA. - ¡Oh María! modelo de los cristianos, rogad por nosotros.
DÍA SÉPTIMO (13/NOV)
La oración de la mañana
CONSIDERACIÓN. – Cada uno de nuestros días debe ser, desde su comienzo, consagrado a Dios por la plegaria.
No basta, para cumplir este primer deber, recitar cómodamente y sin atención algunas palabras aprendidas de memoria. La plegaria es una elevación del alma hacia Dios, es necesario que el cristiano le hable con la confianza con que un niño se dirige a su padre, le expone sus necesidades, le confía sus inquietudes, solicita el perdón de sus culpas, le agradece los dones que ha recibido. Cuando cada mañana recitamos el Padrenuestro, del cual Jesús mismo nos ha dado el texto, que nuestro corazón siga las palabras pronunciadas por nuestros labios.
Todo lo que debemos pedir al Señor, está allí maravillosamente resumido.
No terminemos nunca este piadoso ejercicio, sin pedir la protección maternal de María. ¡Con qué fervor, con qué recogimiento se dedicaba Ella cada día a sus plegarias! ¡Qué respeto en su actitud, qué fervor en su corazón!
¡Oh! si pudiéramos orar como Ella ¡cómo seríamos felices!
EJEMPLO. – El santo Cura de Ars, hablaba siempre con muy afectuoso reconocimiento, de los constantes esfuerzos de su madre, para hacer de sus hijos verdaderos cristianos, elevando desde su niñez, su corazón y espíritu hacia Dios. Apenas comenzaban a balbucear y ya ella les enseñaba a juntar las manitas y pronunciar los nombres de Jesús y María. Los despertaba ella misma y su primera ocupación, era hacerles recitar las oraciones de la mañana. Les demostraba cómo es necesario consagrar cada día la primera acción a Dios, a quien debemos la vida y todo lo que poseemos.
Juan conservó el recuerdo de este ejercicio de la mañana, hasta una edad muy avanzada. Un eclesiástico que le había oído un día hablar con emoción, sobre este punto, le dijo:
-¡Cómo sois feliz de haber sentido, desde tan joven, esa potente atracción a la plegaria!
-Después de Dios, le respondió el señor abate de Vianney, esto, fue obra de mi madre, ¡ella era tan buena y tan piadosa!
PLEGARIA DE SAN ANASTASIO. - ¡Oh Santísima Virgen! escuchad nuestras plegarias, distribuidnos los dones de vuestras riquezas y dadnos parte en la abundancia de vuestras gracias. El Señor está contigo, rogad por nosotros ¡oh Madre de Dios! nuestra poderosa y augusta Soberana. Así sea.
RESOLUCIÓN. – No dejaré jamás, de hacer mi oración de la mañana.
JACULATORIA. – Madre del Salvador, rogad por nosotros.
DÍA OCTAVO (14/NOV)
La unión con Dios
CONSIDERACIÓN. – La Santísima Virgen, no se limitaba a ofrecer a Dios, las primicias de sus días. Ella cumplía en seguida cada uno de sus actos, en espíritu de fe. Cuando nuestro Señor nos dice, en el Evangelio, que es necesario no dejar de orar jamás, no debemos entender que estamos obligados a continuas meditaciones, sino a frecuentes elevaciones de nuestra alma hacia Dios y a una unión constante de nuestro corazón con Él, aún en medio de las más variadas ocupaciones.
Algunas veces, nos quejamos de que nos falta coraje en el dolor, fuerza en la tentación; esto viene de que no recurrimos frecuentemente a Dios.
Una invocación ferviente, un signo de la cruz, un impulso de nuestro corazón hacia Él, pidiéndole socorro y ayuda, nos mantendrán fuertes y enérgicos, en todas las circunstancias de la vida.
Seamos fieles también, a las prácticas que la Iglesia nos recomienda; asistamos cada día, si podemos, al Santo Sacrificio de la Misa; no omitamos nunca el Ángelus, ese gracioso saludo a María.
En fin, volviendo a tomar nuestra comparación de ayer, vayamos frecuentemente a Dios, que es nuestro Padre, y dirijámonos a la Santísima Virgen que Él nos ha dado por Madre.
EJEMPLO. – San Vicente de Paúl se mantenía constantemente unido a Dios. Cualquier clase de ocupación o trabajo que le llegara, le encontraba siempre recogido, siempre dueño de sí mismo. Era de notarse que, ordinariamente, antes de responder a cualquier pregunta, sobre todo si se trataba de algo importante, hacía una pequeña pausa, durante la cual elevaba su alma a Dios para implorar su luz y su gracia, a fin de no decir ni hacer nada, más que según su voluntad, y para su mayor gloria. Se servía de cosas naturales y sensibles para elevarse hasta el Creador.
Cuando veía la campaña cubierta de trigo o los árboles cargados de fruta, tenía motivos para admirar esta abundancia inagotable de bienes que está en Dios, de alabar y bendecir el cuidado paternal de su Providencia. Cuando veía flores o cualquier otra cosa agradable o hermosa, pensaba en su corazón:
¿Qué hay comparable a la bondad de Dios, que es el principio de toda la perfección de las criaturas?
¿No es de Él, que los astros, las flores, los pájaros, toman su brillo y hermosura?
PLEGARIA DE SAN EFRÉN. - ¡Oh Madre Inmaculada del Salvador! ¡Oh mi gloriosa Soberana! Vos sois más pura que el resplandor brillante de los rayos del sol, Vos que sois el socorro de los pecadores, el puerto de los desgraciados, el consuelo del mundo, guardadme bajo vuestras alas... Haced que yo llegue a Jesucristo, haced que yo entre en la corte bienaventurada de los Santos. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Elevaré frecuentemente mi corazón a Dios, durante el día.
JACULATORIA. – Virgen digna de alabanza, rogad por nosotros.
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