LA LIMOSNA Y EL JUICIO FINAL
Hemos dicho, en segundo lugar, que aquellos que hayan practicado la limosna, no temerán el juicio final. Es muy cierto que aquellos momentos serán terribles: el profeta Joel lo llama el día de las venganzas del Señor, día sin misericordia, día de espanto y desesperación para el pecador. “Mas —dice este Santo—, ¿no queréis que aquel día deje de ser para vosotros de desesperación y se convierta en día de consuelo? Dad limosna y podéis estar tranquilos”. Otro Santo nos dice: “Si no quieren temer el juicio, hagan limosnas y serán bien recibidos por parte del Juez”.
Después de esto, ¿no podremos decir que nuestra salvación depende de la limosna? En efecto, Jesucristo, al anunciar el juicio a que nos habrá de someter, habla únicamente de la limosna, y de que dirá a los buenos: “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estaba desnudo, y me vestísteis; estaba encarcelado, y me visitasteis. Venid a poseer el reino de mi Padre, que os está preparado, desde el principio del mundo”. En cambio, dirá a los pecadores : “Apartaos de mí, malditos: tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; estaba desnudo, y no me vestísteis; estaba enfermo y encarcelado, y no me visitasteis”. “Y ¿en qué ocasión, le dirán los pecadores, dejamos de practicar para con Vos todo lo que decís?” “Cuantas veces dejasteis de hacerlo con los ínfimos de los míos que son los pobres”. Ya ven, pues, cómo todo el Juicio versa sobre la limosna.
¿Los admira esto tal vez? Pues no es ello difícil de entender. Esto proviene de que quien está adornado del verdadero espíritu de caridad, sólo busca a Dios y no quiere otra cosa que agradarlo, posee todas las demás virtudes en un alto grado de perfección, según vamos a ver ahora. No cabe duda que la muerte causa espanto a los pecadores y hasta a los más justos, a causa de la terrible cuenta que habremos de dar a Dios, quien en aquel momento no dará lugar a la misericordia (…)
El santo rey David, al pensar en sus pecados, exclamaba : “¡Ah! Señor, no os acordéis más de mis pecados”. Y nos dice además: “Repartid limosnas con vuestras riquezas y no temeréis aquel momento tan espantoso para el pecador”. Escuchad al mismo Jesucristo cuando nos dice: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Y en otra parte habla así: “De la misma manera que tratareis a vuestro hermano pobre, seréis tratados”.
Es decir, que si han tenido compasión de sus hermanos pobres, Dios tendrá compasión de ustedes.
Leemos en los Hechos de los Apóstoles que en Joppe había una viuda muy buena que acababa de morir. Los pobres corrieron en busca de San Pedro para rogarle que la resucitara; unos le presentaban los vestidos que les había hecho aquella buena mujer, otros le mostraban otra dádiva. A San Pedro se le escaparon las lágrimas: “El Señor es demasiado bueno, les dijo, para dejar de concederles lo que le piden”. Entonces se acercó a la muerta, y le dijo : “¡Levántate, tus limosnas te alcanzan la vida por segunda vez!” Ella se levantó, y San Pedro la devolvió a sus pobres. Y no serán solamente los pobres los que rogarán por vosotros, sino las mismas limosnas, las cuales vendrán a ser como otros tantos protectores cerca del Señor que implorarán benevolencia en favor de ustedes. Leemos en el Evangelio que el reino de los cielos es semejante a un rey que llamó a sus siervos para que rindiesen cuentas de lo que le debían. Se presentó uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el rey mandó encarcelarlo junto con toda su familia hasta que hubiese pagado cuanto le debía. Mas el siervo se arrojó a los pies de su señor y le suplicó por favor que le concediese algún tiempo de espera, que le pagaría tan pronto como le fuese posible. El señor, movido a compasión, le perdonó todo cuanto le debía. El mismo siervo, al salir de la presencia de su señor, se encontró con un compañero suyo que le debía cien dineros, y, abalanzándose a él, lo sujetó por la garganta y le dijo: “Devuélveme lo que me debes”. El otro le suplicó que le concediese algún tiempo para pagarle; mas él no accedió, sino que lo hizo meter en la cárcel hasta que hubiese pagado. Irritado el señor por una tal conducta, le dijo: “Servidor malvado, ¿por qué no tuviste compasión de tu hermano como yo la tuve de ti?”
Vean cómo tratará Jesucristo en el día del juicio a los que hayan sido bondadosos y misericordiosos para con sus hermanos los pobres, representados por la persona del deudor; ellos serán objeto de la misericordia del mismo Jesucristo; mas a los que hayan sido duros y crueles para con los pobres les acontecerá como a ese desgraciado, a quien el Señor, que es Jesucristo, mandó fuese atado de pies y manos y arrojado después a las tinieblas exteriores, donde sólo hay llanto y rechinar de dientes. Ya ven cómo es imposible que se condene una persona verdaderamente caritativa.
LA LIMOSNA HECHA A DIOS
En tercer lugar, la razón que debe inducirnos a dar limosnas de todo corazón y con alegría, es el pensar que se las damos al mismo Jesucristo.
Leemos en la vida de San Juan de Dios que un día se encontró con un pobre totalmente cubierto de llagas, y se hizo cargo de él para conducirlo al hospital que el Santo había fundado para albergar a los pobres. Una vez llegado allí, al lavarle los pies para colocarlo después en su lecho, vio que los pies del pobre estaban agujereados. Se admiró el Santo, y alzando los ojos, reconoció al mismo Jesucristo, que se había transformado en la figura de un pobre para excitar su compasión. Y entonces el Señor le dijo: “Juan, estoy muy contento al ver el cuidado que te tomas por los míos y por los pobres”. En otra ocasión, halló a un niño muy miserable; lo cargó sobre sus hombros, y, al pasar cerca de una fuente, suplicó el niño que lo bajase, pues estaba sediento y quería beber agua. Vio también que era el mismo Jesucristo, el cual le dijo: “Juan, lo que haces con mis pobres es cual si a Mí me lo hicieses”.
Leemos en la vida de San Francisco Javier que, yendo a predicar en un país de gentiles, halló en su camino a un pobre totalmente cubierto de lepra, y le dio limosna. Cuando hubo andado algunos pasos, se arrepintió de no haberlo abrazado para manifestarle cuán de veras sentía sus penas. Se volvió para mirarlo, y no vio a nadie: era un ángel que había tomado la forma de un pobre. ¡Ciertamente, qué pesar espera en el día del Juicio a aquellos que hayan abandonado y despreciado a los pobres, cuando Jesucristo les muestre cómo fue a Él mismo a quien hicieron la injuria! Mas también, ¡cuál será la alegría de aquellos que verán que todo el bien que hicieron a los pobres, fue al mismo Jesucristo a quien se lo hicieron! “Sí, les dirá Jesucristo, era a Mí a quien fueron a visitar en la persona de ese pobre; era a Mí a quien prestaron tal servicio; aquella limosna que repartieron en la puerta de vuestra casa, era a Mí a quien la disteis”.
Es tan cierto todo esto, que se refiere en la historia de San Gregorio Magno, que todos los días sentaba a su mesa a doce pobres, en honor de los doce apóstoles. Viendo que un día había trece, preguntó al que estaba encargado de introducirlos por qué razón había trece, y no doce como le había encomendado. “Santo Padre, le dijo su administrador, yo no veo más que doce”. Mas él veía siempre trece. Preguntó entonces a sus comensales si veían doce o trece, y le contestaron que sólo veían doce. Después de la comida, tomó de la mano al que hacía trece: lo había distinguido, porque notó que de tiempo en tiempo cambiaba de color; lo condujo a sus habitaciones, y le preguntó quién era. Aquel hombre le respondió que era un ángel que había tomado la figura de pobre; le dijo también que ya había recibido de él una limosna cuando era religioso, y que Dios, en vista de su caridad, le había encargado que le guardase durante toda su vida, y le hiciese conocer cuánto debía practicar para portarse rectamente y procurar en todo el bien de su alma y la salvación de su prójimo.
Ya ven hasta qué punto recompensa Dios la caridad. ¿No nos autoriza todo esto para afirmar que nuestra salvación está íntimamente ligada con la limosna?
Leemos en los Hechos de los Apóstoles que, después de la Resurrección, Jesucristo se le apareció a San Pedro y le dijo: “Vete al encuentro del centurión Cornelio, pues sus limosnas han llegado hasta mí; ellas le merecieron su salvación”. Fue San Pedro a ver a Cornelio, al cual halló en oración, y le dijo: “Tus limosnas han sido tan agradables a Dios, que Él me envía para anunciarte el reino de los cielos, y para bautizarte” (Hechos, X). Ya ven cómo las limosnas del centurión fueron causa de que él y toda su familia fuesen bautizados.
Sé muy bien que el hombre de corazón duro es avaro e insensible a las miserias del prójimo; hallará mil excusas para no tener que dar limosna. Así, algunos me dirán: “Hay pobres que son buenos, pero hay otros que no valen nada: unos gastan en las tabernas lo que se les da; otros lo disipan en el juego o en glotonerías”. Esto es muy cierto, son muy pocos los pobres que emplean bien los dones que reciben de manos de los ricos, lo cual demuestra que son muy pocos los pobres buenos. Unos murmuran de su pobreza, cuando no se les da tanto como ellos quisieran; otros envidian a los ricos, hasta los maldicen, y les desean que Dios les haga perder sus riquezas, a fin, dicen ellos, de que aprendan lo que es la miseria. Convengamos en que todo esto está muy mal; tales gentes son precisamente las que se llaman malos pobres. Pero a todo esto sólo he de contestar con una palabra: y es que esos pobres a quienes recriminan porque malgastan las limosnas, porque no se portan bien, porque sufren una pobreza buscada, no piden la limosna en nombre propio, sino en el de Jesucristo. Que sean buenos o malos, poco importa, ya que es al mismo Jesús a quien entregan sus limosnas, según acabamos de ver en lo que hemos dicho anteriormente. Es, pues, el mismo Jesucristo quien los recompensará.
Pero, me diréis, éste es un mal hablado, un vengativo, un ingrato.
— Mas, amigo mío, esto no te afecta a ti: ¿tienes con qué dar limosna en nombre de Jesucristo, con la mira de agradar a Jesucristo, de satisfacer por tus pecados? Deja a un lado todo lo demás; tú tienes que entendértelas con Dios;quédate tranquilo; tus limosnas no se perderán, aunque vayan a parar en los malos pobres que tanto desprecias. Además, amigo mío, aquel pobre que te escandalizó, que aún no hace ocho días sorprendiste abusando del vino o metido en cualquier otro desorden, ¿quién te dice que a estas horas no esté ya convertido, y sea ya agradable a Dios?
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